VIII XTREMELAGOS, 20 DE SEPTIEMBRE DE 2014.
4.800 m. y
6.000 m. desnivel acumulado.
Al fin llegó el día D
y la comitiva del CAS se dispuso a conquistar tierras asturianas. Por lo pronto
tomamos al asalto todo el alojamiento del Hotel Rural San Francisco; una
ocupación en toda regla. En fin, buen ambiente, buena compañía y muy buen
tiempo. Fin de semana memorable. ¿Qué más se puede pedir?
En cuanto al
Xtremelagos decir que se trata de un trail espectacular, total y absolutamente
recomendable. Gran desnivel y tramos bastante técnicos, pero dentro de la
normalidad para un trail de estas características. Como ventajas insuperables:
el paisaje –espectacularmente bonito-, los voluntarios –muy amables, de todas
las edades, y entregados a su labor- y “les vaques”… espectadores “autóctonos”
que, incluso, hicieron de liebres a más de uno en algún tramo del camino. Quizás,
por poner una pequeña pega: el primer avituallamiento sólido no llegó hasta el
quilómetro 15, después de una casi continua subida desde los 175m hasta los
1250m. Pero –y en eso coincidimos casi todos-, ya nos “alimentaba”, o casi, el paisaje. Lo dicho: espectacular.
Desde mi punto de
vista se podría dividir el trail en dos etapas muy claras: hasta el santuario
de la Virgen de Covadonga –23 km-, la primera, y desde allí hasta el final -20
km-, la segunda. Aunque pudiera parecer lo contrario, esta segunda parte era
más complicada que la anterior, más dura y técnica, y menos bonita en cuanto al
paisaje, y con el mismo o un poco más de desnivel acumulado en un continuo
sube/baja, por lo que es una buena estrategia reservar fuerzas para afrontarla
con garantías.
La primera parte
tenía su propia dificultad añadida: el tiempo de corte y el desnivel -sobre
todo la última bajada hasta el santuario de Covadonga, muy pronunciada y
técnica-. Pero es la parte más bonita por el paisaje: la Laguna, el Escaleru,
los lagos, la Huesera… daban ganas de dejar de correr y quedarse allí sentado
contemplándolo todo.
La segunda parte es
más lo que se llama un rompepiernas y más técnica: caminos difíciles para
correr aún en llano, continuas subidas y bajadas y mucha piedra irregular e
incluso suelta y bastante tierra… ¡menos mal que no llovió!, y todo ello
rematado con una bajada final a Cangas de Onís muy pronunciada y resbaladiza.
Aún con todo se podía correr en muchos tramos, sobre todo a falta de menos de
10 quilómetros, ya que se pisteó un rato y pudimos darle caña al asunto del
correr…”vamos a hacer series, me dije…”; buen ritmo y mejores sensaciones.
Mis tiempos variaron
en ambas: Primera: 23km y 3h 40min; Segunda: 20 km y 2h 43min.
Aunque son muy claras
estas dos partes, mis sensaciones hicieron que viviera, en realidad, tres carreras:
hasta Covadonga, desde allí hasta el quilómetro 30 aprox. y los últimos 12-15
quilómetros. La verdad es que salí sin expectativas: me dolían ambos tendones
del tibial posterior –unas cosas que sólo sabes que existen cuando duelen- y no
sabía cómo iban a responder… una incógnita. En fin, decidí salir reservando,
siempre un puntito por debajo, no fuera a ser que tuviera que abandonar –era
una posibilidad pero “sabía” que iba a acabar, siempre hay que ir con esa
seguridad si no…mal andamos-. En resumen, visto lo visto, me planteé la carrera
como un entrenamiento algo durillo: “salgo a disfrutar y voy poco a poco
devorando quilómetros”, pensé para mis adentros. Así fue. Los quilómetros
pasaban y, curiosamente, cada vez me iba sintiendo mejor: ni un solo momento de
“cansancio del de verdad”, siempre con fuerzas, animado y contento, disfrutando
del paisaje, bromeando con los voluntarios y el público y bebiendo en cada
avituallamiento agua e isotónica –combinándolo con los geles oportunos, sobre
todo a partir del km 30-. ¡Hasta comí gominolas! Muchos no le dan la suficiente
importancia a comer e hidratarse correctamente, agua y sales –no en cantidad
sino en calidad- y, en condiciones normales, es básico para que las fuerzas no
nos abandonen y llegar pletóricos al final.
A partir de Covadonga
aumento el ritmo y empiezo a pasar corredores, algunos de ellos agotados, desfondados,
y cuatro o cinco con calambres; después de hablar con ellos y ofrecerles mi
ayuda en forma de geles y/o agua con sales continúo hasta la meta. En total, si
no me falla la memoria, pudieron ser unos 10 corredores los que pude contabilizar
en ese estado. Hacía calor –más de 30 ºC- y se hacía duro.
En el último tramo,
los últimos 12-15 quilómetros, aumenté aún un poco más el ritmo, me sentía muy
bien, no me costaba correr, me sentía eufórico –sabe Dios lo que tenían los
geles que compré je je je- así que, ¿por qué no darle zapatilla? ¡Eso hice! Sólo
un “pero”, bastante doloroso por cierto: una ampolla en la planta del pie
derecho…no me puse vaselina ¡!-.
Uno de los momentos
más reconfortantes fue la llegada a Covadonga: los aplausos y gritos de ánimo
de la gente –incluso de un policía local-, el paso bajo el arco de meta y… ¡por
fin!... los compis del CAS esperando en la meta comandados, como no, por Bea…
¡la number one!. Daba gusto volverlos a ver porque, una buena experiencia,
cuando es compartida, es siempre una mejor experiencia.
En fin, nunca me
sentí tan bien en una carrera y no sé muy bien el por qué… ¿Me favorecieron los
astros, como a los antiguos? ¿Dormí muy bien esa noche? ¿Salí sin expectativas
y eso me ayudó? ¿El paisaje era tan bonito que no sentía las molestias? ¡Yo que
sé! Sólo sé que me gustaría repetir el año que viene, ¿alguien se apunta?
Javier Palomo